“…y las otras cosas sobre la haz de la tierra son
criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que
es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, cuanto le
ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, cuanto para ello le impiden…” [EE
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Como dijimos en el primer artículo, el Principio y
Fundamento es un criterio sobre el que fundar las decisiones cotidianas. En él
se separan claramente dos realidades creadas: (A) el ser humano, que tiene
un ‘para’ u objetivo en la vida, y (B) las demás cosas —objetos,
plantas, animales…— que deben ser instrumentos para llegar a este fin último de
las personas. También Gn 1,28 distingue claramente estos dos tipos de
creaturas, y cómo los demás seres están al servicio de los humanos.
Esta distinción nos ayuda mucho ante una situación de
valores en conflicto. Supongamos que por la calle encontramos una cartera con
dinero y algún número de teléfono. Un aprovechado enseguida cogería el dinero y
se sentiría afortunado. Alguien con misericordia, en cambio, pensaría en su
dueño y su sufrimiento, e intentaría buscar al propietario a través de los números
de teléfono. En el primer caso, el valor que rige la decisión es el bienestar
personal, que se encuadra en (B) las demás cosas. En el segundo, el valor
que rige es la misericordia hacia una persona, que se encuadra en (A) el
ser humano. Pues bien, el Principio y Fundamento ante una balanza entre humano
y demás cosas clarifica esto: no puede sacrificarse nunca el ser humano. Solo
las demás cosas son relativas, sacrificables. Es decir, si nuestro ‘para’ en la
vida apunta hacia Dios como propone Ignacio, por el hecho de compararse dinero
(B) con persona (A) todos deberíamos buscar al propietario y devolverle la
cartera con el dinero.
Este ejemplo parece evidente porque se comparan
objetos (dinero) con personas (propietario), pero cuando la decisión es entre
persona y persona entrarán en juego más criterios, como el bien mayor. Lo
esencial es lo sagrado del ser humano: Ignacio aplica la palabra “usar”
solamente a las demás cosas, nunca a las personas. ¿Imaginamos un mundo en
el que no se usaran a las personas, tal y como pide el PyF? Los
estados no usarían personas al frente de guerras; los medios no usarían a
sus oyentes para inculcar doctrinas, sino que informarían; las empresas
no usarían a sus empleados para su propio interés en lugar del
bienestar general…
Por último, el PyF nos da una medida donde fundar
elecciones cotidianas: si un objeto —como el televisor— me ayuda para el fin
que soy creado —descansando, informándome…— lo utilizo. Si estorba para llegar
a este fin —pierdo el tiempo, crea adicción…—, lo rechazo. El criterio es
simple, ¿somos capaces de adoptarlo?
Joan Morera Perich sj en Espiritualidad Ignaciana