Los discípulos
se volvieron a casa. María estaba frente al sepulcro, afuera, llorando.
Llorosa se inclinó hacia el sepulcro y ve dos ángeles vestidos de blanco,
sentados: uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cadáver
de Jesús. Le dicen: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Responde: “Porque se han
llevado a mi señor y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto, se dio
media vuelta y ve a Jesús de pie; pero no lo reconoció. Jesús le dice:
“Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, tomándolo por el hortelano,
le dice: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a
buscarlo”. Jesús le dice: “¡María!”. Ella se vuelve y le dice en hebreo:
“Rabbuni”, que significa maestro. Le dice Jesús: “Suéltame, que todavía no
he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y vuestro Padre,
a mi Dios y vuestro Dios”. María Magdalena fue a anunciar a los
discípulos: “He visto al Señor y me ha dicho esto”.
Jn. 20, 10-18
A María
Magdalena se le rompió el corazón en la tarde de aquel viernes. Pero allí
estaba ella, sin esconderse, fiel, dando la cara, porque con Él había vivido el
perdón, la dignidad profunda y el amor. Pero también había sentido cada golpe
como propio y ante la cruz se ha visto morir un poco. Y tal vez por esto, por
experimentar junto a Jesús las alegrías y los dolores del Evangelio, es la
primera que va a descubrirle vivo cuando Él le llame por su nombre. Y será,
desde este momento, la testigo de un Dios fiel que nos devuelve a la vida y nos
compromete con ella. Jesús, al encontrarse con ella le dice “Nole mi tangere”.
Hay muchas maneras de traducir esto, una de ella podría ser algo así como “no
me retengas”. María Magdalena sabe, desde ese momento, que el encuentro con el
Resucitado ha de llevarnos a salir, a comprometer nuestra vida, no a quedarnos
inmóviles.
¿El encuentro
con el Resucitado te cuestiona? ¿Te hace salir de tus zonas de confort para ir
a anunciar la Buena Noticia a otros hombres y mujeres?