“Nada me importa más que la vida humana”. Son
palabras de monseñor Romero que trataban de explicar su trabajo en defensa de
los derechos de las personas. Si algo se sentía monseñor Romero era servidor. Y
ello le llevaba a comprometerse con la defensa de la vida de los pobres, como
la mayor necesidad de El Salvador en aquel momento. Solía repetir las palabras
de san Ireneo de Lyon, “la mayor gloria de Dios es que el ser humano viva”
cambiando una sola palabra: “La mayor gloria de Dios es que el pobre viva”.
Esta defensa de la vida de los pobres llevó a
monseñor Romero al martirio. En otras palabras, amando a los pobres hasta el
final, realizó en su vida el magis ignaciano. “Nadie ama más que el que da la
vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Y los mayores amigos de Jesús eran los
pobres.
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