Se reunieron junto a él los fariseos y algunos
letrados venidos de Jerusalén. Vieron que algunos de sus discípulos comían con
manos impuras, es decir, sin lavárselas –es de saber que los fariseos y los
judíos, en general, no comen sin antes lavarse cuidadosamente las manos,
observando la tradición de sus mayores; y si vuelven del mercado, no comen si
no se lavan totalmente; y observan otras muchas reglas tradicionales, como el
lavado de copas, jarras y ollas [y mesas]–. De modo que los fariseos y los
letrados le preguntaron: —¿Por qué no siguen tus discípulos la tradición de los
mayores, sino que comen con manos impuras? Les respondió: —Qué bien profetizó
Isaías de vuestra hipocresía cuando escribió: Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me dan es inútil, pues
la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Descuidáis el mandato de Dios y
mantenéis la tradición de los hombres.
Llamando de nuevo a la gente, les dijo: —Escuchad
todos y atended. No hay nada afuera del hombre que, al entrar en él, pueda
contaminarlo. Lo que sale del hombre es lo que lo contamina. De dentro, del
corazón del hombre salen los malos pensamientos, fornicación, robos,
asesinatos, adulterios, codicia, malicia, fraude, desenfreno, envidia, blasfemia,
arrogancia, desatino. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al
hombre.
Mc. 7, 1-8.14-15.21-23