Imagen: N. P. Jesús Despojado de sus vestiduras - Salamanca |
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno, de las
entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada
afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó
en su aljaba y me dijo: “Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré”.
Y yo pensaba: “En vano me he cansado, en viento y
en nada he gastado mis fuerzas”. En realidad el Señor defendía mi causa, mi
recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el
vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera
a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza:
“Es poco que seas mi siervo para restablecer las
tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz
de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
Isaías 49, 1-6