¿Y ahora
qué, mi Señor? ¿Era esto lo que me prometió aquel ángel? Llegó a mí, me llamó “favorecida”,
me anunció un hijo que sería “Hijo del Altísimo”. Este hijo destrozado que
ahora recojo de la cruz.
Dichosa yo,
que creí. Que me fie de lo que tuviera que venir. Tantos años de ver crecer al
niño, guardando en el corazón dudas y asombros. ¿Y ahora qué?
Llevé a este
niño en mi vientre, noté sus patadas, el primer latido de su corazón tan
grande. Le enseñé a hablar para que contara bienaventuranzas; le enseñé a
caminar para que llevara ese mensaje de una orilla a otra del Lago; calmé sus
noches de llanto para que llevara consuelo a los afligidos; cuando llegaba a
casa con las rodillas en carne viva después de jugar con sus amigos, curé
esas heridas para que él sanara a los enfermos. Yo, que fui su cuna y su
arrullo, ahora lo abrazo roto en mi regazo. Y sólo puedo ofrecerle ser
sudario.
La única
promesa que entiendo ahora es la de aquel anciano medio ciego, que vio para mí
una espada atravesando mi corazón. Aquí está esa espada. No cabe un dolor
mayor. ¿Qué padre o madre soportará ver morir a su hijo? ¿Qué grandeza hay en
esto?
A mi lado la
madre en Alepo, que con el cuerpo trata de cobijar a su niño
mientras llega otro bombardeo. Conmigo los que una noche ven marchar de casa a
su hija huyendo de Boko Haram. Soy el padre que no tiene lágrimas ya para
su bebé mordido por la quimioterapia. Mi dolor junto a la mujer que
llora el futuro de su pequeño, a punto de caer en las manos de una mara
hondureña.
Duele esta
espada, ya lo creo. Y, sin embargo, digo “sí”. Me fío. Mi alma sigue
proclamando la grandeza de mi Señor. Mi corazón atravesado mantiene la
esperanza en medio de esta tiniebla que nos envuelve ahora. No sé lo que va a
pasar mañana, pero lo que tenga que ser, que se haga según la Palabra que me
dio mi Señor.
Sinclair,
CVX en Valladolid