Desde que te
crucificaron hasta tu muerte, Jesús, transcurrieron tres largas horas que
fueron de mortal agonía. Las personas que allí se encontraban, incluidas las
autoridades religiosas, comenzaron a ultrajarte volviéndose hacia ti en la
cruz. Constantemente,
Jesús, estás siendo clavado en la cruz. En este momento de la historia, que
vivimos en la oscuridad de tu Padre Dios que es también el nuestro, hay una
gran falta de solidaridad y mucho sufrimiento. Quizá tengamos que orar como tú
lo hiciste: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, Padre perdónanos
porque no sabemos lo que hacemos”. Tu rostro, Dios, tu rostro aparece
difuminado, roto, maltrecho, sufriente e irreconocible.
Poco después, te dirigiste al buen
ladrón y le dijiste: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Fue la primera
palabra de Esperanza para el hombre de entonces, de hoy y para cada uno de
nosotros. Por
eso, en la cruz te hiciste reconocer dándonos
una Esperanza perdida. Tú eres el que sufre y el que ama; por ello podemos
preguntarnos dónde nos situamos cada uno de nosotros, como el buen ladrón, ante
los millones de seres humanos que sufren acompañándote desde su cruz que es la
tuya.
María, tu Madre, se quedó junto a
la cruz, no podía ser de otro modo; y con ella, Juan. Acógenos, Madre, en
nuestras debilidades, egoísmos, indiferencia; en nuestras miradas hacia otro
lado y permítenos acogerte en tu sencillez y en tu amoroso silencio para que
seamos capaces en esta hora de oscuridad, turbación y dolor a reconocer el
rostro de tu Hijo en todos los que sufren, en aquellos que son despojados de
sus derechos, maltratados, vejados y asesinados… Que dirigiéndose al Padre le
dicen sin cesar: ¿Por qué nos abandonas? Pero es la oración del que sufre, como
también fue la tuya, Jesús.
Cuando llegó la hora de nona, gritaste: “¡Todo está cumplido!”. Toda
mi obra de Redención y la misión para la que he venido a la tierra se ha
cumplido. Lo demás pertenece a mi Padre e inclinando la cabeza le entregaste
el Espíritu. “El velo del Universo
entero se rasgó en dos...”. Te pedimos ser capaces de creer en ti y seguirte en
el momento de la necesidad y de las tinieblas que nos rodean en nuestro mundo
hiriente y herido. Muéstrate de nuevo al mundo y a todos nosotros en esta hora
y así se manifieste tu salvación para toda la humanidad. Amén.
Isabel
Muruzábal, CVX en Zaragoza