En el camino que
recorrió Jesús hacia la Cruz no todo fueron ofensas para Él. Un pequeño grupo
de mujeres de Jerusalén, viendo cuanto sufría y viendo el dolor de María, su
madre, lloraban por Él, como si al hacerlo le dieran una caricia desde lejos.
Pero la escena es más compleja de lo que parece. ¿Quién consuela a quién?
Jesús comprende
el gesto compasivo de aquellas mujeres que le alientan en su sufrimiento, pero
le horroriza el destino que le deparará al pueblo de Israel, y parándose ante
ellas, les dice con voz entrecortada: “No lloréis por mí, llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos”. Estas palabras de Jesús no suenan de primeras
como un consuelo, pero ayudan a enfocar la inquietud de estas mujeres, en una
sociedad que no hace caso de sus preocupaciones e invisibiliza sus emociones.
Jesús las tiene en cuenta, como en tantas otras veces en las que ellas le han
ayudado en el descubrimiento y realización de su misión.
Desde la
tradición joánica se ve la realidad del lugar de la mujer en las primeras
comunidades cristianas como modelo del discipulado apostólico. En el Evangelio
de Juan encontramos ricos pasajes referidos a cinco mujeres protagonistas de
narraciones teológicamente importantes.
María, ante la
falta de vino en las bodas de Caná, nos enseña, con su ejemplo de primera
discípula, a estar pendientes a las necesidades de los demás. La mujer
samaritana, convirtiéndose en la discípula no judía de Jesús, nos enseña a
olvidarnos de nosotros mismos, para romper los prejuicios que nos impiden
descubrir la verdad del otro. La mujer adúltera, con la actitud de Jesús ante
ella y sus acusadores, es otro buen ejemplo de cómo mirar con comprensión y
bondad al que sufre a causa del pecado. Marta y María de Betania, a través de
los encuentros con Jesús, nos enseñan la importancia de la amistad, del afecto
y del cariño hacia los demás.
A las mujeres de
Jerusalén el encuentro con Jesús les da una fortaleza que les servirá para lo
que tendrán que enfrentar ellas mismas. Seguramente parte de la razón por la
que caminan con este hombre que está sufriendo es porque sienten que sus
propias vidas se verán afectadas por los acontecimientos que se aproximan.
Cuando sufrimos solemos
estar tan ofuscados con nuestro propio dolor y ansiedad, que no nos damos
cuenta de que hay personas a nuestro lado que también sufren. ¿Somos capaces de
desviarnos de nuestro propio “viacrucis” para consolar al otro?
Sigamos el
ejemplo de Jesús que ni siquiera en su triste estado deja de preocuparse por
los demás.
Jesús Maldonado y Ana Palomo, CVX en Jerez