VIII ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

En el camino que recorrió Jesús hacia la Cruz no todo fueron ofensas para Él. Un pequeño grupo de mujeres de Jerusalén, viendo cuanto sufría y viendo el dolor de María, su madre, lloraban por Él, como si al hacerlo le dieran una caricia desde lejos. Pero la escena es más compleja de lo que parece. ¿Quién consuela a quién?
Jesús comprende el gesto compasivo de aquellas mujeres que le alientan en su sufrimiento, pero le horroriza el destino que le deparará al pueblo de Israel, y parándose ante ellas, les dice con voz entrecortada: “No lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos”. Estas palabras de Jesús no suenan de primeras como un consuelo, pero ayudan a enfocar la inquietud de estas mujeres, en una sociedad que no hace caso de sus preocupaciones e invisibiliza sus emociones. Jesús las tiene en cuenta, como en tantas otras veces en las que ellas le han ayudado en el descubrimiento y realización de su misión.
Desde la tradición joánica se ve la realidad del lugar de la mujer en las primeras comunidades cristianas como modelo del discipulado apostólico. En el Evangelio de Juan encontramos ricos pasajes referidos a cinco mujeres protagonistas de narraciones teológicamente importantes.
María, ante la falta de vino en las bodas de Caná, nos enseña, con su ejemplo de primera discípula, a estar pendientes a las necesidades de los demás. La mujer samaritana, convirtiéndose en la discípula no judía de Jesús, nos enseña a olvidarnos de nosotros mismos, para romper los prejuicios que nos impiden descubrir la verdad del otro. La mujer adúltera, con la actitud de Jesús ante ella y sus acusadores, es otro buen ejemplo de cómo mirar con comprensión y bondad al que sufre a causa del pecado. Marta y María de Betania, a través de los encuentros con Jesús, nos enseñan la importancia de la amistad, del afecto y del cariño hacia los demás.
A las mujeres de Jerusalén el encuentro con Jesús les da una fortaleza que les servirá para lo que tendrán que enfrentar ellas mismas. Seguramente parte de la razón por la que caminan con este hombre que está sufriendo es porque sienten que sus propias vidas se verán afectadas por los acontecimientos que se aproximan.
Cuando sufrimos solemos estar tan ofuscados con nuestro propio dolor y ansiedad, que no nos damos cuenta de que hay personas a nuestro lado que también sufren. ¿Somos capaces de desviarnos de nuestro propio “viacrucis” para consolar al otro?
Sigamos el ejemplo de Jesús que ni siquiera en su triste estado deja de preocuparse por los demás.
Jesús Maldonado y Ana Palomo, CVX en Jerez