Te condeno, porque quizá si te escucho
no puedo seguir viviendo como vivo, quizá sea incómodo tener menos, o incluso
otros pueden señalarme, o tal vez hasta se atrevan a condenarme por ponerme a
tu lado y hacer de tu causa la mía. Aquí que cada palo aguante su vela. Mala
suerte la tuya, yo lo siento... pero demasiado tengo yo con mi vida.
Y así, yo también condeno, también
levanto muros, también cierro o tapio puertas y ventanas, que eso también
significa condenar. Y eso fue lo que pretendieron con la condena de Jesús, tratar
de cerrar definitivamente la puerta al Reino de Dios que él llevaba anunciando
durante tres años. Y hoy, y ahora, seguimos condenando, aunque sea sin querer.
Seguimos cerrando puertas, impidiendo que otros lleguen a nuestro país buscando
un futuro mejor; seguimos cerrando ventanas para no ver que fuera hay gente que
no tiene hogar, ni esperanza, ni nada en lo que creer. Cerramos la ventana y
corremos las cortinas porque es mejor no ver qué pasa fuera de nuestra cómoda
casa, y así, al cerrar, al tapiar, al condenar, evitamos exponernos a que el
aire de fuera nos siente mal.
Condenar también es “echar a perder
algo”. Con la condena a muerte de Jesús se pretendía acabar para siempre con
todos los mensajes “incómodos” que Él anunciaba. Vino a poner el mundo patas
arriba diciendo que los últimos ya no serían los últimos, que los pequeños eran
más importantes que los poderosos, y con su condena se pretendía poner fin a
tanto mensaje inquietante. Era necesario acallar sus palabras incómodas, como
también hoy silenciamos mensajes que hablan de alternativas que no incluyen
sólo a los de siempre.
Jesús
fue condenado a muerte. Jesús también es hoy
condenado a muerte.
¡Crucifícalo! La rotundidad de las
palabras de entonces suena hoy con la fuerza de quien da un portazo en las
narices a quien quiere entrar, y me veo a mi misma levantando muros, con la
indiferencia, el olvido, el no querer escuchar o el no implicarme lo suficiente.
Y sin querer o queriendo construyo muros, cierro ventanas, impido que circule
el aire que todos necesitamos para respirar.
Entonces la mirada de Jesús se cuela
por un agujero en tapia levantada. Su mirada nos invita a librarnos del miedo a
perder nuestras seguridades, la auténtica invitación a no lavarnos las manos,
sino a pringárnoslas con la vida de quienes hoy son condenados. Su mirada nos
invita a mirar de otro modo, a escuchar, a acompañar, a derribar los muros y
abrir ventanas. La oportunidad es nuestra, solo hay que aprovecharla.
Raquel Gómez, CVX en Salamanca