... o a los brasas de turno.
Es la típica persona a la que rehúyes cuando la ves de lejos. A veces
es alguien que te cansa porque habla y habla y habla, sin dejar que nadie meta
baza. También pasa que, aunque no tengas nada en su contra, solamente su
presencia te pone nervioso y no puedes soportarla… Cuando nada más te la cruzas
de vez en cuando, es relativamente fácil aguantarla. El problema viene cuando
te toca compartir un espacio diariamente con ella, sea en el trabajo, en los
estudios, en un rato de ocio (donde en vez de desconectar te pones más nervioso
todavía…). El caso es que las personas molestas están por todos lados. Además
parece que estuvieran dispuestas a fastidiarte la vida en cualquier ocasión o
lugar.
Ante esta realidad, la reacción que tenemos todos es casi siempre la
misma. Imaginamos que nuestra clase sería perfecta si Fulanito no estuviera en
ella, o que la oficina funcionaría mucho mejor si echaran a Menganito, que no
hace más que tener líos con todo el mundo y tiene harto al personal. Pero este
pensamiento tiene dos trampas muy grandes. La primera es que normalmente no es
cierto, puesto que al desaparecer la persona molesta del grupo, siempre hay
alguien que con el paso del tiempo ocupa su papel. No sabemos qué pasa, pero
las personas molestas tienden a reaparecer, como si en todo grupo humano
hubiera la necesidad de un “punching ball” que focalice los cabreos de la
mayoría. Y la segunda trampa es que con este pensamiento siempre ponemos el
foco del problema fuera de nosotros. Pensamos que el problema lo tiene la otra
persona (que para eso es molesta), sin que ni siquiera nos pase por la cabeza
la idea de que a lo mejor nosotros también somos molestos para otros, y quizá
algunos piensen que todo iría mucho mejor si no estuviéramos en el grupo.
Si a todo esto le añadimos el factor cristiano, la cosa se complica.
Porque ya no se trata solo de convivir pacíficamente, sino de saber ver que el
pesado de turno es mi hermano (cosa que a veces parece mucho más difícil que
amar a los enemigos…). Pero creo que como cristianos nos jugamos mucho
precisamente en las pequeñas luchas del día a día, como la de soportar con
paciencia a los pesados. La cosa está en cómo hacerlo, y a mí personalmente me
ayuda (que no quiere decir que me solucione el tema), pensar que si Jesús ocupó
el último lugar en todo, también ocupó el del pesado. Sí, es mucho más fácil
imaginar a Jesús como un pobre mendigo al que no conocemos que como esa persona
que nos saca de quicio todos los días, pero es cierto que Él está también en el
que nos da la paliza cada día. Y pensarlo de vez en cuando, cuando tratamos con
ella y nos pone nerviosos, rezar por ella en algún momento, puede hacernos más
fácil la relación e incluso puede ayudarnos a quererla un poco más.
Fuente: Pastoralsj