Supongo que habría una época en la que la gente quedaba sin enterrar.
Muertos en guerras, en epidemias, o en la pobreza, tal vez eran abandonados de
cualquier modo, para ser fruto de la rapacidad de animales o descomponerse a la
vista de cualquiera. Quizás aún ocurra en algunos lugares del mundo. Y en esos
espacios, probablemente esa delicadeza última de enterrar cuerpo, cenizas o lo
que se tercie; ese pudor otorgado al cadáver, como memoria respetuosa con la
persona que se ha ido, seguirá siendo, literalmente, la obra de misericordia.
Pero, ¿tiene sentido en un mundo más acomodado seguir hablando del entierro
como una obra de misericordia, o es tan solo una profesión más, vinculada a las
funerarias o subsidiada por el estado de una forma aséptica y mecánica si no
hay quien lo haga?
Creo que hay otra forma de entender esto del “entierro”. Tiene que ver
con acompañar la muerte. Tiene que ver con ayudar a la gente a despedirse.
Tiene que ver con cuidar el duelo. Y con facilitarle a las personas que puedan
“dejar marchar” a los seres queridos. La experiencia de la muerte sí que es
universal –e inevitable–. Todos pasaremos por ella, y todos acompañamos a
personas que tienen que lidiar con la pérdida de un familiar, un amigo…
Pérdidas que en ocasiones son dolorosísimas. En ese contexto del entierro, la
misericordia se pone en juego de muchas maneras, pero en todo caso es
para ayudar a los vivos a despedirse y para conceder a los que se han ido el
descanso digno –abierto a otra vida en función de las creencias de cada cual– .
Misericordia, entonces, es acompañar a los vivos en la espera,
en esos días difíciles de desasosiego y de acostumbrarse a la pérdida.
Acompañar cerca o lejos, con la palabra o el silencio –nunca se sabe bien–.
Evitarles –si es posible–los tópicos. Es acoger su dolor, sin forzarles a pasar
página demasiado rápido. Es lidiar con las incertidumbres. Es dar –si uno los
tiene–motivos para la esperanza. Es cuidar también que las despedidas
sean dignas. Honrar la memoria de los que se van sin enzarzarse en discusiones
absurdas (porque eso también pasa), y procurarles el tipo de despedida que
hubieran querido.
En la película “Despedidas” se advierte la profunda sensibilidad de
una forma de despedir a los muertos. También en un libro de ciencia ficción “La
voz de los muertos”, de Orson Scott Card, donde se describe un precioso rito
funerario consistente en contar la verdad de la vida de las personas, su verdad
más profunda, más completa, más humana. Son dos ejemplos. Pero, al final,
cada uno tendremos que saber cómo despedir y honrar la memoria de los que se
han ido. De eso se trata.
Fuente: Pastoralsj