En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone
a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con
su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de
vosotros si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los
gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no
puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que lo miran, diciendo:
"Este hombre empezó a construir y no pudo acabar". ¿O qué rey, si va
a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil
hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el
otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues,
todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser
discípulo mío.
Lc. 14, 25-35
(Evangelio de la solemnidad de
San Ignacio según el misal propio de la Compañía de Jesús)