SONRÍE Y NO DES POR PERDIDO NINGÚN REGRESO, NINGUNA RECONCILIACIÓN


La misericordia y el perdón se unen estrechamente, aunque no sea ni mucho menos su único significado. Pero sin duda, el perdón y la necesidad de perdonar forman parte del núcleo más íntimo del ser humano. Hay situaciones, personas, relaciones que nos parecen definitivamente perdidas. Nos han hecho tanto daño que no queremos saber nada de esa persona… o simplemente no quieren saber nada de nosotros: “Imposible la reconciliación con fulanito o menganita… me hirió profundamente… me pagó el bien con mal, me traicionó, me calumnió…” Y también al revés: “lo hice mal, fulanito o menganita no me lo perdonará jamás, no querrá mirarme a la cara nunca…”.
El cuarto domingo de Cuaresma nos trae la parábola del padre y los dos hermanos, el mayor y el menor. Como todo grupo humano, como toda familia, lleno de pequeños o grandes “nudos subterráneos” que cotidianamente pasan desapercibidos pero que con cualquier acontecimiento pueden despertar y ponernos frente a frente con lo que no hemos solucionado. El hijo mayor no había perdonado al pequeño. El padre no le había dado por perdido ni quería perder al mayor. El hijo menor creía que le habían dado por perdido pero aun así quiso intentarlo. No hay alegría mayor ni libertad más grande que perdonar y ser perdonado. Deshacer “nudos subterráneos” que nos traban el camino por dentro y por fuera. ¿Y si esta Cuaresma fuera el momento oportuno para esa reconciliación que ya habías dado por perdida?, ¿y si fuera el momento de iniciar algún camino de vuelta que tú mismo habías cerrado? No des por perdido ningún retorno, ninguna posibilidad… ¡éste es el tiempo oportuno!