El pasado lunes, viendo uno de los programas televisivos que junto a
Máster Chef más audiencia y expectación va produciendo, me di cuenta de la
importancia que tiene participar en el trabajo de espacios “vitales”. Qué
diferente se trabaja cuando vives rodeado de gente con la que te entiendes, con
la que puedes contradecirte, pero a la vez, con la que puedes expresarte con
solo una mirada.
En otras ediciones de La Voz observaba que cada “coach” solía dar sus
razones por las que le pide al concursante que lo elija, pero algo ha cambiado
en esta edición ¡hay buen ambiente!, hay gestos de cariño y hay detalles como
el de no girarse para permitir que otros puedan completar su equipo.
¿Qué ambientes de trabajo favorecen hoy lo común? ¿En qué ambientes de
trabajo prima la alegría unida a la profesionalidad, el cariño junto a la
excelencia, los gestos junto a la sinceridad?
Pensando todo esto me hacía la siguiente pregunta: ¿cómo son los
espacios de trabajo en los que participo?, ¿son vitales? ¿o son cachondeo
simplemente? ¿Son espacios donde todos tenemos gestos que ayudan a otros o son
espacios donde cada uno juega por libre para ser “la Voz” cantante?
Desde esta pequeña observación me decanto por llegar a la conclusión
de que la vida se llena de color cuando se vive bien, cuando el trabajo que es
la acción más rutinaria y cotidiana que todos realizamos se impregna de
confianza, cariño, empatía…
Y es que no es lo mismo trabajar solo, rápido y en un clima amenazante
que trabajar sabiendo que tienes equipo, compañeros, ambiente donde no
necesitas defensa, no necesitas “lucirte” no necesitas “competir” porque hay
confianza, empatía, respeto. Así, trabajo es igual a compromiso, esfuerzo,
deseo de mejorar…
Y es que no es lo mismo vivir la tarea como peso-obligación que como
misión, alegría, “sentido”. Trasladando todo esto a la tarea que como
cristianos, tenemos de ser agentes de comunión, agentes de evangelización,
cauces de la alegría. Creo que nosotros también podemos aprender a generar
ambientes fraternos, ambientes cariñosos, que no ñoños o falsos, ambientes
donde no se juzgue al otro, donde no haya comparaciones y donde el sentimiento
de estar en casa, en familia, haga que de vez en cuando se escape un vergonzoso
te quiero compañero, te quiero a mi lado, te quiero como eres, “te quiero en mi
equipo”. Te miro y veo potencial, capacidad, y además veo que todo lo que yo
tengo y puedo aportar no disminuye contigo, sino que se multiplica, juntos
podemos llegar más, hacer mejor.
No puedo, expresar todo esto, sin concluir diciendo ¿quién puede
enseñarnos esto? ¿la voz? Sí, la única voz que merece la pena escoger, seguir y
adherirse, la voz de Jesús. Esta es la propuesta constante de Jesús de Nazaret:
recordarnos que juntos es mejor, es más… juntos hay vida y gestaremos Vida.
Por ello, en este tiempo de encuentro con el
resucitado, quiero comprometerme a ofrecer espacios vitales, ser espacio de
mirada cómplice, ser cauce de posibilidad, ser compañera y no competidora, ser
fraterna y no juez, ser ambiente cariñoso y no ambiente cerrado de “los míos”,
los que pensamos esto o aquello. Seamos constructores, seamos proyecto común.
Apostemos por el proyecto del anuncio, por el Reino, por las maneras por las
cuales nuestro Señor Jesús ha muerto y resucitado.