Celebramos un año más el 1º de mayo, día festivo y reivindicativo para
el movimiento obrero en todo el mundo, y día también de celebración en nuestra
Iglesia, fiesta de San José Obrero, trabajador que nos mostró la dignidad de
ser un obrero, herencia que compartió con el propio Jesús.
Para la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y la Hermandad
Obrera de Acción Católica (HOAC), movimientos de militantes obreros cristianos,
este día es especial por doble motivo. Como trabajadores, porque lo celebramos
codo con codo con nuestros hermanos para que se realice de una vez la
dignidad que no vemos reconocida, y como cristianos, porque en Jesús obrero
tenemos el mejor fundamento de poder conseguir la utopía que anhelamos: una
sociedad de hermanos donde todos y todas podamos tener un trabajo digno
que nos permita nuestro sostenimiento y el de nuestras familias, nuestra
realización personal y nuestra contribución a esa sociedad mejor (CV, 63).
Celebramos este 1º de mayo MIRANDO AL PASADO. Esta fiesta
nació a finales del siglo XIX, en París. Se concibió como jornada de lucha
reivindicativa y de homenaje a aquellas y aquellos que murieron por reivindicar
los tres 8 –8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 para la relación social– y
marcó un punto de inflexión en el movimiento obrero mundial, de manera que el 1
de mayo quedó consagrado como día para manifestar la inalienable dignidad
del trabajador frente al capital. Hoy nos seguimos preguntando ¿cuántas
movilizaciones seguirán siendo necesarias para que se acaben aceptando las más
justas reivindicaciones del mundo del trabajo? ¿Cuántas más para que recobremos
la conciencia de la dignidad de las personas como lo más sagrado?
La Iglesia hemos ido acompañando a lo largo de la historia los
procesos de cambio, intentando iluminar desde la fe los acontecimientos y
la realidad social cambiante. Quizá muchas veces con nuestras sombras, en forma
de tibieza, de confusión o de diagnósticos equivocados. A la vez también, con
indiscutibles llamadas y manifestaciones en defensa de la dignidad de las
personas: “Cuando la vida social –también el trabajo- pone en el centro al
dinero, y no a la persona, negamos la primacía del ser humano sobre las cosas,
negamos la primacía de Dios” (EG 55).