Estos días siento la necesidad de escribir, en parte para reaccionar a
algunas de las noticias que escucho desde Europa y que, os confieso, me dan
mucho miedo. Me da miedo el radicalismo anti-musulmán que intuyo en titulares
de prensa que hablan de “guerras a la yihad” o “nuevas leyes para protegernos”…
me da miedo que nos metamos en una dinámica de odio hacia aquellos que en lugar
de llamar a Dios Padre, le llaman Alá.
Yo vivo en un país en el que la mitad de la población es musulmana:
aún me despierto cada mañana a las 4.30 cuando llaman a la oración; mis
reuniones se interrumpen a horas determinadas porque mis colegas tienen que
rezar, no se vende jamón en los puestos de carne del mercado y las mujeres se
cubren el pelo. Mi vecino, mis compañeros, la señora que me hace la comida, el
que me vende el pan cada mañana, los maestros de mis escuelas, el colega que
planifica conmigo las actividades para la igualdad de la mujer, la señora que
me coge de la mano cuando me encuentra paseando por los campos, los pequeñuelos
que me persiguen en mis paseos, el chaval que se apunta a cenar con nosotros
cuando estamos en N’Djamena, la representante de la ACNUR en mi zona… la
mayoría de las personas con las que me encuentro a diario…. todos son
musulmanes. También lo son los que me tocan las narices, los que intentan
aprovecharse de que soy blanca para regatear el precio en el mercado, el
policía o el político corrupto o el que maltrata a su mujer sólo por ser mujer…
Porque ya lo decía mi abuela: que en todos lados cuecen habas…
Y sí, no os lo niego: somos muy distintos. Nuestras costumbres son
diferentes, el modo de relacionarnos entre hombres y mujeres es complejo, un
hombre puede casarse con varias mujeres y a ti te miran raro porque estás
soltera con 33 años, te dan la mano varias veces porque es signo de bendición,
todo el mundo se detiene a saludarte cuando se encuentra contigo, el lugar de
la mujer –para muchos de ellos- está en el hogar y sólo allí, yo celebro la
Navidad y ellos la fiesta del Cordero, yo ayuno en Cuaresma y ellos en Ramadán,
tienen 6, 7 y hasta 28 hijos, son educados pero también rudos y orgullosos, si
llegas a una casa te acogen como a uno de ellos y te invitan a comer, algunos
son sindicalistas y sabotean nuestro trabajo, algunos están comprometidos con
lo que hacen y otros se aprovechan del sistema, les gusta una música
aburridísima y monótona, los hay negros, menos negros y negrísimos, las mujeres
pueden vestir el pagne o el velo, los
hay más gordos o más flacos, altos y bajos, de aquí y de allí… de todo, como en
botica, vamos.
Por eso, cuando leo titulares como “guerra contra el mundo islámico”,
no puedo evitar sobrecogerme al preguntarme si no estaremos juntando churras
con merinas.
Me da miedo pensar que se está creando una conciencia social
anti-islámica bastante peligrosa, cuando mis propios hermanos musulmanes me
dicen que el mensaje del Profeta no es el que Boko Haram grita a los cuatro vientos. Es cierto, los radicales
están ahí… siempre los ha habido: de todas las razas y colores, y también entre
nuestras filas. Y nos duele el daño que hacen… porque nadie debería matar en
nombre de Dios, nadie debería osar a utilizar su nombre para robarle al mundo
lo más sagrado que Él ha creado. Y nadie tiene derecho a utilizar la violencia
para coartar las libertades del otro. Sea cual sea nuestro credo.
Pero el mensaje que nos transmiten nuestros medios de comunicación y
nuestros políticos es también peligroso, porque ni todos los musulmanes son
radicales con una metralleta ni todos los conflictos son a causa de la
religión. Por momentos creo que estamos dejando que nuestros gobiernos se
aprovechen de casos tan dolorosos como el de Charlie Hebdo, que nos duelen profundamente por lo injusto y lo
cruel de la situación, para robarnos nuestras libertades y espiar al otro en
nombre de la “libertad de expresión”. Nos embotan los sentidos en nombre de la
protección y nos dicen que todo aquel que clama el nombre de Alá o nombra al
Profeta es un peligro. Musulmanes y cristianos aún tenemos mucho camino por delante
para reconciliar posturas, pero no demos un paso atrás, por favor, Alá no tiene
nada que ver en todo esto, no dejemos que nos metan ese miedo en el cuerpo
porque son ciento y una razones distintas las que están detrás de los ataques.
Lo que ha pasado en Francia es muy doloroso. Han muerto 12 personas
injustamente, cruelmente. Y la respuesta de todos ha sido admirable. Me
enorgullece ver a cientos de miles de personas que se movilizan en toda Europa
para denunciar esos muertos y defender la libertad, aunque no puedo negar que a
la vez me entristece ver que sólo nos conmueve la barbarie cuando la tenemos a
las puertas de casa. Nos pasó con el Ébola y nos pasa con esto. Son situaciones
injustas, pero no son las únicas. Os pongo el ejemplo del Tchad: en estos
momentos hay cerca de 700.000 personas desplazadas y refugiadas aquí a causa de
los conflictos en Darfur, en Sudán del Sur, en Centroáfrica, en Camerún y en
Nigeria… pero nadie sale a las calles por ellos… 700.000 personas que salieron
corriendo de sus casas porque alguien entró también allí disparando a los
cuatro vientos o quemando las casas y violando a las mujeres. Los refugiados de
Darfur, con los que trabajo, llevan casi 12 años en un país que no es el suyo a
causa de un conflicto que no ocupa ni siquiera un espacio en la última página
de los periódicos. Pocos hablan de que en Centroáfrica hombres y mujeres de
todas las religiones se matan a diario a machete porque les han inculcado el
odio a lo diferente. Nadie nos cuenta que en la última semana Boko Haram ha asesinado a más de 2000
personas en Nigeria y Camerún y más de 7000 personas han tenido que salir
corriendo a refugiarse a una zona de grandes lagos poniendo aún en riesgo sus
vidas. Nadie nos habla de tantos y tantos conflictos olvidados en África que
nada tienen que ver con la religión, sino que son el resultado de la lucha por la
tierra, por el petróleo, por el las minas de coltán que enriquecen a Europa. Nadie
nos describe el horror de niños que ven morir a sus padres y quedan abandonados
a su suerte en una marea de gente que se desplaza hacia otro país. Nadie nos
habla de los miles de niños que mueren de malaria cada año simplemente porque
sus padres no pueden pagar la medicación. Nadie nos habla de los dos niños que
han muerto en Iriba esta semana a causa del frío. Porque eso nos cuestiona,
porque eso nos responsabiliza… porque eso no conviene tampoco a nuestros
gobiernos.
No quiero crear moralinas ni discursos manidos; no pretendo tampoco
que dejemos de vivir en Europa con una cierta calidad de vida ni que el dolor
de conciencia nos impida vivir. Ni soy tan ingenua tampoco para no saber que el
modo de entender la religión juega también un papel en el monopoly del mundo. Pero en medio de todo este caos, sentía la
necesidad de contaros a vosotros, mis amigos, mi familia, mis compañeros de
camino cómo lo veo yo desde aquí: un país musulmán donde yo hago mi vida
tranquilamente y nadie me ataca por leer la Biblia; para que metamos un poco de
crítica a toda nuestra reflexión y no dejemos que nos creen un odio hacia
aquellos que lo único que hacen es vivir su vida encontrando en ella a Dios a
través de formas distintas. Porque eso sería reducir demasiado el problema.
Salam-aleikum. La paz de Dios sea con todos vosotros.
Nadezhna Castellano
[Nade es compañera de la CVX en Salamanca y actualmente se encuentra en Chad con el Servicio Jesuita a Refugiados.]