“Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me
contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si
se hace por Cristo”
San Damián de Molokai
Damián De
Veuster nació el 3 de enero de 1840, en Bélgica, y murió el 15 de abril de
1889, con el cuerpo y rostro desfigurado por la lepra. Declarado santo por el
Papa Benedicto XVI, la historia de este misionero belga, es una llamada
inexcusable al compromiso y a la tarea por la justicia en favor de los pobres y
excluidos y el radicalismo de su entrega.
A los 20
años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la
comunidad de los Sagrados Corazones. Muchas veces se arrodillaba ante la imagen
del gran misionero San Francisco Javier y le decía: “Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser
un misionero, como tú”.
Y sucedió que a otro religioso de su comunidad le correspondía irse a misionar
al archipiélago de Hawai, pero se enfermó, y los superiores le pidieron a
Damián que se fuera él de misionero. Eso era lo que más deseaba.
Damián
abandona el puerto de Bremen, Alemania, en 1863, en un viaje sin retorno.
Entrega su vida a Dios y a la causa misionera. Vive sus últimos dieciséis años
en la isla de Molokai junto a los enfermos de lepra que eran enviados allí para
morir abandonados. La misión es siempre un camino de no retorno. Cuando, en
1873, Mons. Maigret pide misioneros y muestra su preocupación por el dolor y la
miseria y el abandono de que fueron los leprosos en la isla de Molokai, Damián
fue el primero en ofrecerse a ir a esa isla “maldita”. La lepra en esa época
era un verdadero terror para todos.
Damián llega
a la isla el 10 de mayo de 1873. Un gran grupo de leprosos se acerca y no duda
en dar la mano a cada uno. Desde el principio, se convierte en la única
esperanza de los pobres. Les ama y se identifica con ellos. Empieza siempre sus
discursos con las palabras: “Nosotros los leprosos”.
No sabia que más adelante, esto sería cierto para él también, dejando a la
Iglesia y al mundo un impresionante testimonio de “amor hasta el extremo”, tal como
el evangelio de Juan describe al amor de Jesús (Juan 13, 1).
Conociendo a
Damián no podemos tener excusas para permanecer indiferentes ante el
sufrimiento humano. Hay que descubrir la llamada e ir a “Molokai”, a ese “Molokai”
que, lamentablemente, sigue existiendo aquí o allá. Una llamada
a compartir la vida de los excluidos a tener una comprensión de la
misión como propuesta de una vida más humana para todos, sin fronteras ni
barreras. Gracias Damián por enseñarnos a mirar la vida desde los últimos… eso
es la solidaridad misionera. Busquemos esa mirada, la misma de Jesús que nos
lleva a ser intensamente comprensivos y compasivos. Damián es un inspirador por
su identificación con los más pobres entre los pobres, su defensa de la
dignidad del ser humano, su denuncia de la injusticia y su total entrega por el
bien común.
“El Padre
Damián fue testigo del amor de Dios por los hombres. Con su acción dignificó a
los más despreciados, aprendió su lengua, se inculturó en su forma de vida,
organizó a los leprosos, logrando que cada uno pusiera sus capacidades al
servicio de los demás. Muchos de los integrantes de las leproserías se fueron
incorporando a la comunidad litúrgica que él presidía y cambiando su estilo de
vida. El Padre Damián vivió a fondo el carisma de su comunidad religiosa, que
es “contemplar, vivir y anunciar el Amor de Dios manifestado en Jesús”.