Esta semana pasamos del carnaval a la ceniza. Un
curioso itinerario. Una de esas expresiones colectivas, donde la
tradición, la cultura, la historia y la fe se combinan para reflejar con
asombrosa claridad uno de nuestros contrastes profundos. Así somos, a veces escondidos tras máscaras, o envueltos en plumajes
brillantes. Y otras veces
necesitados de dejar a un lado las capas y envoltorios para mirarnos desde
nuestra autenticidad profunda y frágil a un tiempo.
Algo de esto tiene el carnaval. Es una especie de apoteosis del sueño, de la quimera, del espejismo. En
carnaval no hay más que la fachada que uno quiere mostrar. El estruendo tapa todos los matices Es una
curiosa metáfora de cómo a veces puedo vivir. Me disfrazo de fuerte, cuando me sé vulnerable. Aparento ser duro aunque esté quebrado por
dentro. La palabra cortés me evita hablar a fondo. Oculto los ratos muertos, las
inquietudes cotidianas, las desazones o las heridas. O enmascaro los miedos con
proyectos inacabables. Supongo que a veces uno tiene derecho a ser prudente en
lo que muestra y lo que no. Pero es importante abrir puertas, cuantas más
mejor, para poder compartir toda esa vida que va por dentro.
Fuente: Pastoralsj