Todos necesitamos, en la
vida, algunas seguridades. Y aspiramos a unas condiciones de vida dignas. Es
legítimo tratar de ir mejorando un poco, hasta poder darnos algún capricho...
Pero, hay una línea que separa la necesidad verdadera de la ansiedad impuesta,
la seguridad del exceso y la prudencia del abuso. Hay una tentación muy humana,
la de tener más, acumular, acaparar. Parece que no basta nunca con lo que uno
ha conseguido. Todo resulta insuficiente, y la aspiración a acumular –riquezas,
bienes, relaciones o experiencias– se convierte en voracidad.
¿Cuál
es el problema? Que en algún punto de ese
camino ocurre que dejas de ser dueño para ser esclavo. Los bienes dejan de
servir para aquello que necesitabas, para convertirse en tu cadena. La vida va
girando en torno a ellos, y poco a poco el miedo a perder puede más que la gratitud
ante lo que uno tiene. Además, el ansia de poseer mucho puede producirse a
costa de que el otro no posea apenas nada, porque no hay para tantos.
Alternativa. Frente a la avaricia, la respuesta es el
desprendimiento. Desprendimiento que es una forma de libertad. Una apuesta por
la mesura. Se trata de tener una mirada agradecida a la vida, una mirada que te
permita valorar lo que tienes como un privilegio. Y que te permita verlo en
perspectiva, en un mundo donde tantos carecen de tanto. No se trata de no
necesitar nada –eso no es nuestra espiritualidad ni nuestra fe– pero sí de no
volver imprescindible lo que en realidad es accesorio.
Fuente: Pastoralsj