Tánger, 7 de febrero de 2014
A los fieles laicos, a las personas
consagradas y a los presbíteros de la Iglesia de Tánger: Paz y Bien.
No te cierres a tu propia carne:
«No hace falta que nadie lo interprete,
pues está dicho para que lo entiendan incluso los niños: “Parte tu pan con el
hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo”.Y después
del mandato al alcance de todos, por si hiciese falta, se añade la razón que lo
sostiene: “No te cierres a tu propia carne”. ¡El hambriento, el pobre sin
techo, el desnudo, son “nuestra propia carne”!
“No te cierres a tu propia carne”: Este único conocimiento bastaría para que fuese otra la política de las fronteras, otra la lógica de nuestros razonamientos, otra el motivo de nuestras manifestaciones, otra la matriz de nuestras preocupaciones, de nuestras aspiraciones, de nuestras quejas, de nuestras opciones.
“No te cierres a tu propia carne”: Este único conocimiento bastaría para que fuese otra la política de las fronteras, otra la lógica de nuestros razonamientos, otra el motivo de nuestras manifestaciones, otra la matriz de nuestras preocupaciones, de nuestras aspiraciones, de nuestras quejas, de nuestras opciones.
“No te cierres a tu propia carne”: Si
entras por el camino de esta sabiduría, “romperá tu luz como la aurora”,
delante de ti irá la justicia, detrás irá la gloria del Señor, brillará tu luz
en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.
“No te cierres a tu propia carne”, y el pan que compartes con el hambriento, te hará luz para el indigente, como es luz para ti el que, con su vida en las manos como un pan, dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”.
“No te cierres a tu propia carne”, y el pan que compartes con el hambriento, te hará luz para el indigente, como es luz para ti el que, con su vida en las manos como un pan, dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”.
“No te cierres a tu propia carne”:
Sienta a los pobres a la mesa de tu vida, y tú serás para ellos la luz con que Dios
los ilumina.
Y a cuantos una y otra vez me recuerdan
que la Iglesia no es una ONG, una y otra vez recordaré que los pobres son
“nuestra propia carne”, y que mi pan es su propio pan, y que la Iglesia es su
propia casa.»
Ése era, queridos, el mensaje que había
preparado para acercarme con vosotros al misterio de la palabra que oiremos
proclamada en la liturgia del V domingo del tiempo ordinario; pero los
acontecimientos reclaman transformar la suavidad de la exhortación en denuncia
de lo que es inaceptable.
Lo inaceptable:
Es inaceptable que la vida de un ser
humano tenga menos valor que una supuesta seguridad o impermeabilidad de las
fronteras de un estado.
Es inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas un camino que los pobres recorren con la fuerza de una esperanza.
Es inaceptable que mercancías y capitales gocen de más derechos que los pobres para entrar en un país.
Es inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas un camino que los pobres recorren con la fuerza de una esperanza.
Es inaceptable que mercancías y capitales gocen de más derechos que los pobres para entrar en un país.
Es inaceptable que las políticas
migratorias de los llamados países desarrollados, ignoren a los empobrecidos de
la tierra, vulneren sus derechos fundamentales, y se conviertan en el caldo de
cultivo necesario para que se multiplique en los caminos de los emigrantes el
poder de las mafias que los explotan.
Es inaceptable que se reclamen fronteras impermeables para los pacíficos de la tierra, y se toleren permeables para el dinero de la corrupción, para el turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas.
Es inaceptable que se reclamen fronteras impermeables para los pacíficos de la tierra, y se toleren permeables para el dinero de la corrupción, para el turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas.
Es inaceptable que una política inhumana
de fronteras obligue a las fuerzas del orden a cargar la vida entera con la
memoria de muertes que nunca quisieron causar.
Es inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que dar y una mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga culpables, primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no son agresores: han sido agredidos desde que sus corazones empezaron a latir al sur del Sahara, hasta que se paran para siempre, antes en nuestra indiferencia que en nuestras fronteras.
Es inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que dar y una mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga culpables, primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no son agresores: han sido agredidos desde que sus corazones empezaron a latir al sur del Sahara, hasta que se paran para siempre, antes en nuestra indiferencia que en nuestras fronteras.
Es inaceptable que el negrero de ayer
perviva en los gobiernos que hoy vuelven a encadenar la libertad de los
africanos, supeditándola a los mismos intereses y al mismo poder opresor.
Desde la impotencia a la esperanza:
Queridos: ante el drama de sufrimientos
y muerte en que el poder ha convertido los caminos de los emigrantes, es
difícil que apartemos de nuestro corazón sentimientos de frustración, de
impotencia, de tristeza, de indignación. Pero nuestro compromiso con la vida de
los pobres no nace de esos sentimientos, sino de un amor incondicional, un amor
fiel, que a todos se nos ha manifestado, y que a todos nos ha reunido para
siempre en el único cuerpo de Cristo.
“No te cierres a tu propia carne”: no te
cierres al sufrimiento de Cristo.
En este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea justo. A nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de los demás.
En este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea justo. A nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de los demás.
Y son muchas las cosas que, hasta dar la
vida, podemos hacer: Tenemos la fuerza del amor y de la oración, una fuerza que
es capaz de mover el mundo. Podemos hacer que los emigrantes no estén solos en
su camino, y podemos dejar solos a quienes, gobiernos o mafias, les están
robando la vida.
Podemos compartir con el emigrante
nuestro poco de leña, nuestro poco de agua, la última harina de nuestra vasija,
el último aceite de nuestra alcuza. Podemos darles voz para que se escuche su
grito, podemos llamar a las puertas de cada conciencia para que la sociedad
reclame una nueva política de fronteras, y, con terquedad de discípulos de
Jesús, podemos recordar a cada hombre que es su propia carne, también la de
Cristo, la que, día a día, es condenada a muerte en las fronteras del sur de
Europa.
Queridos: no me dejéis sin vuestra
oración.
+ Fr. Santiago Agrelo, Arzobispo de Tánger