Hombres y mujeres cuyas vidas apuntan a Dios. Hombres y
mujeres cuyas historias dejaron huella, por la forma en que amaron,
acariciaron, hablaron o actuaron. Hombres y mujeres conocidos, o anónimos. De
todas las épocas. En todos los contextos.
Siempre ha habido gente capaz de
dejar que, desde dentro, brotase con fuerza el torrente del evangelio. Gente de carne y hueso. No son
perfectos, al menos no con la perfección irreal de los puros. Sus historias
tienen aciertos y errores. Su carácter, como tantos otros, es complejo. Tienen virtudes y defectos. Hay en sus vidas bien y pecado. Lo que
marca la diferencia es que, en algún momento, se dejaron seducir por Jesús y su
buena noticia. O, incluso sin conocerlo, su vida transmitió esa semilla de divinidad
que llevamos dentro. En su memoria, hoy, brindamos.
Todos buscamos fuentes en las que
se alimentan nuestros sueños y metas. Bebemos en la gente que conocemos. En los medios de
comunicación y sus mil sucesos. En los libros. En nuestra propia historia,
trenzada en conversaciones, ocurrencias, amores y desamores. Manantiales que
dan fortaleza o motivos. Hay quien lo construye todo sobre historias concretas,
cotidianas, que tienen algo de fugaz. Quizás todos lo hacemos, a veces. Pero hay quien es capaz de elevar la mirada, e intuir algo mayor, algo
eterno, algo bueno. Esos son los santos. Los que intuyen a Dios, de tal
manera que les transforma por dentro. Entonces sus vidas irradian algo
diferente. Sus palabras evocan una Palabra eterna. Sus gestos son una danza
definitiva que dibuja siluetas de una verdad que intuimos.
¿En qué fuentes bebes tú? ¿Dónde aprendes, creces, te
sostienes?
Los santos no se evaden, para refugiarse en una intimidad
solo poblada por Dios. Al revés, la fe les abre al mundo. Les acerca al
prójimo. Les llena de motivos para el encuentro. Son maestros, sanadores,
artistas, que comparten las zozobras y las alegrías de la gente. Disfrutan con
la vida bien concreta y real, ríen alto y fuerte. A veces también lloran.
Arriesgan, en ocasiones hasta dar la vida por enfrentarse a lo injusto. Como hizo Jesús, en cuyo espejo se miran. Otras veces es la suya
una entrega más callada, más cotidiana, que va construyéndose en el día a día.
Todos los santos del mundo y de la historia. Al recordarles, lo hacemos con
gratitud, con admiración, pero también con la conciencia de que cada uno de
nosotros está llamado a vivir el Evangelio con la misma pasión, hondura y
radicalidad.
¿Alguna
vez has pensado en tu propia vida desde esa perspectiva?
Fuente Pastoralsj