GRANDES CREYENTES: GUSTAVO GUTIÉRREZ

Cuando Gustavo Gutiérrez fue galardonado en el año 2003 con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, el jurado resaltó “su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje”.ç
Ordenado sacerdote en 1959, participa en la Asamblea de Medellín como consultor teológico del episcopado latinoamericano. Poseedor de varios doctorados honoris causa a sus espaldas, profesor universitario, fundador del Instituto Bartolomé de las Casas (Perú), Caballero de la Legión de Honor (Francia)…
Sin embargo, no es esta la huella a la que hace referencia João B. Libânio cuando habla de Gustavo Gutiérrez: “hay teólogos que dejan huella en la historia por la abundancia y el peso de su voluminosa obra. Hay otros que lo hacen, no por el valor, sino por la fuerza de su inspiración y por la originalidad intuitiva”. A este último grupo pertenece nuestro personaje.
Si algo ha marcado la vida y el pensamiento de Gustavo Gutiérrez es la realidad de su continente confrontada con el evangelio (el pobre con sus carencias y riquezas hizo irrupción en mi vida llega a afirmar); pues la pobreza no es una fatalidad, la pobreza no es un destino, es una condición; no es una desgracia, es una injusticia.
Será desde esa realidad –concretada en el sufrimiento del pueblo latinoamericano– de la que él es testigo, desde donde surge una nueva manera de hacer teología, la Teología de la Liberación. Una nueva manera de hablar de Dios, de la que Gustavo Gutiérrez es el ‘padre’, en donde el primer paso que se debe dar ha de ser el compromiso con la caridad, pues a Dios en primer lugar se le contempla al mismo tiempo que se pone en práctica su voluntad, su reino; sólo después se le piensa.
Es de esta manera cómo pensamiento y praxis van inseparablemente unidos en él, que no concibe su estar en el mundo y su quehacer teológico si este no mira a la realidad con el anhelo de querer transformarla. La teología es una reflexión sobre la fe y la fe lo que tiene que hacer es movilizar a las personas para cambiar. La teología no debe simplemente contentarse con mirar la realidad, debe aspirar a ser un hito del proceso en el que esta es cambiada.
Y para el cristiano ese proceso se asienta en un pilar, el seguimiento de Jesús, seguimiento que es compromiso personal pero que se engancha en una experiencia comunitaria, porque es realmente un pueblo el que se pone en camino respondiendo al mensaje pascual del evangelio en dónde el Resucitado invita a hacer discípulos a todos los pueblos (Mt 28, 19). Invitación universal para Gustavo, pero concretada en un Dios que ama con predilección a los pobres y los desheredados:
“La universalidad no sólo no se opone a esta preferencia, que –como dice la palabra– no es exclusividad, sino que la necesita para concretar su propio sentido. La preferencia, a su vez, encuentra su horizonte en la llamada que Dios dirige a todo ser humano. Esta doble exigencia de universalidad y preferencia es una provocación para la comunidad de los discípulos del Señor. Es el lugar explícito y auténtico de la que Juan XXIII llama ‘iglesia de los pobres’, como vocación de toda la Iglesia”. (De la presentación de su tesis doctoral)
“Iglesia de los pobres”. El papa Francisco ha puesto de nuevo sobre la mesa esta expresión al traer en los primeros pasos de su pontificado la realidad de tantos millones de personas de nuestro mundo, formulando el deseo de soñar juntos una Iglesia pobre y para los pobres. Gustavo Gutiérrez se hace eco de ello y nos coloca ante el gran reto de empezar a dar los primeros pasos:
“¿Estamos, como cristianos y como Iglesia, dispuestos a morir a nuestras propias ventajas y a ciertas consideraciones sociales por solidaridad con los más pobres, en los que encontramos a Jesucristo, muerto y resucitado por todos?”

Tomado de Pastoralsj