“La
Providencia me tomó de mi pueblo natal y me hizo recorrer los caminos del mundo
en Oriente y Occidente junto a gentes de religiones e ideologías distintas,
preocupado siempre más de lo que une que de lo que separa y provoca contrastes”.
Era
ya de noche, un 11 de octubre de 1962, con una espléndida luna… La plaza de San
Pedro estaba llena de gente porque esa tarde se había inaugurado el Concilio
Vaticano II. El Papa no tenía pensado salir a la ventana, pero salió. No tenía pensado
hablar, pero habló. Lo que dijo aquel día, hoy lo conocemos como El Discurso
de la Luna:
“Volviendo
a casa encontraréis a vuestros niños. Hacedles una caricia y decidles: esta es
la caricia del Papa. Encontraréis también algunas lágrimas que secar, decidles
una palabra buena: el Papa está con vosotros, especialmente en las horas de la
tristeza y la amargura. En fin, recordemos todos, especialmente, el vínculo de
la caridad y, cantando, o suspirando, o llorando, pero siempre llenos de
confianza en Cristo que nos ayuda y nos escucha, procedamos serenos y confiados
por nuestro camino”.
Así
era el Papa Bueno. Nos recordó que la Iglesia está llamada a ser
caricia, cercanía de Dios, ánimo, palabra amable, consuelo… Nos recordó que la
Iglesia es 'Madre y Maestra', nos recordó que necesitamos comprometernos para
alcanzar la 'Paz en la Tierra'… Y es que recordar es 'volver a pasar por el
corazón', y de corazón Juan XXIII sabía mucho.
Y
nos habló, sobre todo, de esperanza… de saber mirar a la realidad con los ojos
de Dios.
“En
el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan a veces a nuestros
oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que, aunque con celo
ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Tales son
quienes, en los tiempos modernos, no ven otra cosa que prevaricación y ruina.
Van diciendo que nuestra hora, en comparación con las pasadas, ha empeorado, y
así se comportan como quienes nada tienen que aprender de la historia. Mas, nos
parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que
siempre están anunciando infaustos sucesos, como si fuese inminente el fin de
los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un
nuevo orden de relaciones humanas, es preciso reconocer los arcanos divinos de
la providencia divina que, a través de los acontecimientos y de las mismas
obras de los hombres, muchas veces, sin que ellos lo esperen, se llevan a
término haciendo que todo, incluso las fragilidades humanas, redunden en bien
para la Iglesia”. (Discurso de inauguración del Concilio Vaticano II).
Iba
a ser un Papa de 'transición' y hoy la Iglesia no puede entenderse a sí misma
sin lo que él significó. Nos mostró lo que podemos hacer cuando damos más
importancia a lo que nos une que a lo que nos separa. Nos mostró lo que podemos
hacer cuando nos fiamos de Dios.
Por todo
esto, y tantas cosas más, hoy le recordamos como el 'párroco del mundo'. Para
este Año de la Fe, Juan XXIII es un buen compañero de viaje…
Tomado de Pastoralsj