El Adviento tiene su propio ritmo, su propia
historia, su propio encanto. Es el tiempo de prepararse. Es
tiempo de anticipar, con ilusión, algo bueno…
Es
el tiempo del deseo, de las expectativas, de las promesas que te llenan de
expectativas. Quizás estas próximas
semanas puedo vivir este tiempo con toda la hondura que me ofrece.
Un
tiempo para ilusionarse
Qué
bueno es tener motivos para esperar. No pasa nada si nos falta algo, si hay
heridas, si en algún momento la vida va achuchada. En realidad hay etapas en las que lo importante es escuchar la promesa de
algo bueno. Y creerla, si quien promete es alguien de fiar (Dios lo es).
Llegará
la sanación para las heridas. Llegará la luz para disipar las sombras. Llegará
la paz a las personas. Llegará el amor a poblar las soledades. Llegará la
palabra a tender puentes. Llegará el descanso, compartido. Llegarán nuevas
ideas, nuevas canciones, nuevos proyectos. Llegará Jesús.
Una
promesa de amor
Esto
casi parece el título de un culebrón o de una novela romántica. Pero no lo es.
Es más universal, más hondo, más real. El
Adviento es el tiempo en que Dios nos promete que su amor no descansa.
Por cada uno de nosotros.
Que salvará distancias
infinitas. Que se hará pequeño para encontrarnos. Que vendrá a nuestras vidas.
Que creerá en cada uno de nosotros, conociendo nuestra verdad profunda. Y que
nos saldrá al encuentro en caminos inesperados. Y esa promesa vale un mundo.
Fuente Pastoralsj