CUARESMA DE SIEMBRA

Hay veces que el horizonte es sólo una línea y todo es tierra o cielo entre tú y la realidad. Hay días, apenas te levantas, en que quisieras comerte el mundo; otros días, apenas te levantas, el mundo te come a ti. Días en que todo se llena de un gris plomizo y cuaresmal, el cielo y la tierra, como si todo amenazara lluvia. Como si fuera un miércoles de ceniza. Ceniza en el cielo, ceniza en la tierra, ceniza en la cabeza y en la ilusión. Ceniza y sólo ceniza, como si huera pasado un fuego devastador o una inundación de agua gris.
Y más acá del horizonte deambula un hombre empapado y amenazado, tal vez tú o tal vez yo, sin saber muy bien si está en la dirección adecuada.
Es tiempo –Pascua en el horizonte- de sacudirse el polvo del camino y dejarse acariciar por la lluvia fresca y purificante. Esperamos una mano de nieve capaz de arrancar la nota más hermosa de esta lira que somos nosotros. Para que sepamos hacia dónde vamos, de dónde venimos y en qué punto nos encontramos.
Habrá, sin duda, primavera de luz y de color pero tenemos que dejar que nos sorprenda. Aprender a situarnos ante la vida como un niño que espera un regalo. Cultivar una mirada ingenua y sorprendida para que el paisaje monótono no vuelva gris nuestra pupila azul. El cartero nos traerá muy pronto una carta pascual pero antes hay que vivir la espera en actitud germinal. Eso es cuaresma: cuidar la semilla hasta que pueda estallar envuelta en luz y alegría.


Alejandro Fernández Barrajón
En Revista 21, febrero de 2010.