LOS CENTAVOS DE NOEMÍ

A Noemí, la viuda pobre,
todavía le dolían
los dedos de las manos
cuando depositó en silencio
su ofrenda para los pobres
en el cepillo del templo.
Había trabajado todo el día
cosechando aceitunas
en el olivar de Sadoc,
un alto funcionario.
Al final de la jornada,
pensó que ningún vecino
estaba en apuro urgente.
Ella no había comprado
nada a crédito
en la tienda de Josías.
Su velo descolorido
podía durar mas tiempo.
Y no le seducirían el corazón
las baratijas que anunciaba
un vendedor ambulante
sentado en su camello.
Noemí sabía mucho
de hambres hincadas
como un alfiler
en el centro del estómago,
de deudas enviando mensajeros
con insistencia y amenaza,
y de emergencias repentinas
desequilibrando en un instante
la frágil existencia.
Por eso dejó con alegría
unos centavos en el templo,
regalo suyo y de Dios
para un hermano.
Era poco dinero,
pero lo era todo para ella.
Y todo el corazón
quedó abierto
para todo el don
que el Dios del Reino le ofrecía.


Benjamín González Buelta, SJ
“El rostro femenino del Reino. Orar con Jesús y las mujeres”, Sal Terrae